U20, el Naufragio Olvidado del Mar Negro
Texto: Nestor Antunes de Magalhães

Nota de U-Historia:
El siguiente artículo forma parte de un libro escrito por Nestor Antunes de Magalhães y cedido a U-Historia por el autor.

El U20

Fue por insistencia. Todos los meses le enviaba un mensaje a Selçuk Kolay que iba como un torpedo, directo a su elástica paciencia. Buceador desde los 16 años, este ingeniero industrial formado en la Technical University of West-Berlin había sido director del Turkish Institute of Nautical Archaeology (TINA) y participó en numerosos proyectos de búsqueda de naufragios tales como la localización de los restos del submarino australiano AE2, hundido en el mar de Mármara en la I Guerra Mundial. También había localizado, buceado e identificado importantes hundimientos de dicha guerra como el Rehber, Nur-ül-Bahir, Eleonora y el vapor Bosphorus. Éste era “el tío” que podía ayudarme. Me había prometido apoyo para bucear y explorar el U20, un Uboot Tipo IIb que estaba en el fondo del Mar Negro, a la altura de la ciudad de Karasu, Turquía. Este submarino dejaba a su popa una historia realmente interesante.

Yo ya estuve en Estambul en Verano de 2009, pero las condiciones meteorológicas fueron desfavorables, con el mar agitado. Una pena.

Fue entonces que un bello día, aquí en Brasil, recibí un e-mail de Kolay. Él no tenía forma de llevarme hasta el pecio, pero le habló de mi interés a un buzo turco llamado Volkan Demircioglu quien podría llevarme. Como guinda me pasó su correo electrónico.


Volkan tenía un centro de buceo, el Derin Deniz Dalis Merkezi, situado en Eregli, a orilla del Mar Negro. Fue fácil, en seguida contactamos y acordamos una fecha para los buceos.

Pero, ¿y acerca del U20? Bien, yo lo sabía todo al respecto. Era un Uboot Tipo IIb, más pequeño que un Tipo VII, proyectado para operaciones costeras, con un desplazamiento en superficie de 279 Ton y poco más de 42 metros de largo. Dos motores diésel y dos eléctricos le proporcionaban una velocidad máxima en superficie de 13 nudos y siete en inmersión.

Tres tubos lanzatorpedos en proa, cinco torpedos de 533 mm o 18 minas y un cañón automático de 20 mm Flak C730, formaban su armamento. Más tarde el cañón fue sustituido por una pieza del mismo calibre, pero en montaje doble. Para este arma, llevaba 850 granadas de 20 mm.

El U20

Su construcción era tradicional. Con un casco exterior hidrodinámico envolviendo al otro casco, el de presión. La profundidad máxima operativa rondaba los 80 metros y, la de colapso, los 150m. Ante una emergencia, se sumergía en 30 segundos. Inicialmente la tripulación estaba formada por 25 hombres, pero en 1943 fue aumentada a cuatro oficiales y 28 marineros. Realmente era mucha gente compartiendo el espacio tan limitado de la “Canoa” (Einbäume), mote con el que la marinería llamaba a los Tipo II. Fueron construidos 20 submarinos Tipo IIb.

A comienzos del Verano de 1942, con el avance alemán sobre la península de Crimea y el cerco al puerto fortificado de Sebastopool en el Mar Negro por el 11º Ejército del General Manstein, esta zona geográficamente distinta, situada estratégicamente entre Europa, Asia Central y el Oriente Medio, se convirtió en un punto de descarga vital para los suministros transportados por los mercantes rusos. Urgía una acción ofensiva para interrumpir o disminuir este flujo que abastecía a los ejércitos soviéticos y a las ciudades fortificadas de aquel teatro de operaciones a través de ese mar interior. Una vez más el submarino era el instrumento por excelencia para tal tipo de operaciones. Pero había un gran problema. ¿Cómo enviar Uboote al Mar Negro? El camino natural, y el más factible, sería navegando a través del estrecho de Dardanelos, Mar de Mármara y el estrecho de Bósforo. Pero este camino atravesaba Turquía y este país permanecía neutral en la guerra. Peor aún, los estrechos eran rigurosamente controlados por el Gobierno turco de acuerdo con la Convención de Montreux(1), impidiendo la libre circulación de fuerzas navales extranjeras.

Los alemanes intentaron comprar tres submarinos turcos, el Saldiray, Atilay y Batiray. Era lo más lógico, puesto que esos barcos ya estaban allí. Solo había que mandar tripulaciones alemanas. Pero los turcos no aceptaron.

Fue entonces cuando el Almirante Raeder, Comandante de la Kiregsmarine, decidió enviar seis Uboote del Tipo IIb al Mar Negro de un modo poco usual. Fueron escogidos el U9, U18, U19, U20, U23 y U24, y se reunieron en Kiel donde fueron desmontados parcialmente. Se inició así un largo viaje, desde el Mar del Norte al Mar Negro, a través de etapas cuidadosamente planeadas, durante más de 2.300 km.


El U24 (gemelo del U20) desmontado y transportado en una barcaza

Inicialmente los Tipo II fueron transportados en barcazas a través del canal de Kiel hasta Brunsbüttel. Después navegaron por el río Elba hasta Dresden donde, por medio una trabajosa operación, se transfirió la carga a grandes camiones que fueron por carretera hasta Ingolstadt. Allí los Uboote fueron colocados en otras barcazas y continuaron por el río Danubio hasta Galato, Rumanía.

Vueltos a ensamblar, se botaron al Mar Negro a finales de 1942, formando la 30ª U Flottille con base en Constanza, iniciando de inmediato acciones ofensivas contra la navegación soviética. Del 27 de Octubre de 1942 al 25 de Agosto de 1944, estos seis pequeños submarinos realizaron 56 patrullas de guerra, averiando diversas embarcaciones y hundiendo un total de 45.426 Ton de buques de guerra y mercantes.

La aviación rusa devolvió el golpe, bombardeando Constanza en diversas ocasiones, hundiendo al U9(2) en el puerto y dañando al U18 y al U24. El 25 de Agosto de 1944, presionada por el desfavorable curso del conflicto para los alemanes y sus aliados, Rumanía declaró la guerra a Alemania. Tal situación, hasta cierto punto sorprendente, obligó a los alemanes a evacuar su base en Constanza.

Averiados por los bombardeos anteriores e incapaces de hacerse a la mar, el U18(3) y el U24(4) fueron hundidos por sus propias tripulaciones. Quedaban el U19, U20 y el U23 que ahora estaban condenados al no disponer de una base de apoyo, pero zarparon de todos modos.


Resulta curioso que el Gobierno alemán intentara vender los submarinos supervivientes a Turquía, pero no hubo acuerdo. A finales del Verano de 1944, el Almirante Karl Dönitz, sabiendo que no tenía forma de hacer que los Uboote volvieran a casa, ya que los estrechos continuaban cerrados por Turquía, ordenó el hundimiento de los submarinos. Así no caerían en manos de los rusos.

El plan era mandar a pique a los Uboote cerca de la costa turca, para que las tripulaciones intentaran atravesar lo más discretamente posible el país hacia el Sur o el Oeste hasta alcanzar el Mar Egeo o el Mediterráneo. Allí había posibilidades de ser rescatados por un buque alemán.

El 9 de Septiembre de 1944, los tres submarinos se encontraban en un punto situado a 40 millas al Norte de la costa turca y los Comandantes decidieron hundir sus naves en lugares diferentes. Al anochecer del día siguiente, se aproximaron a la costa, buscando accesos favorables para desembarcar a sus tripulantes. Realizada la operación, los submarinos se alejaron 3 millas, navegando en superficie y usando los silenciosos motores eléctricos. A bordo sólo quedaban los Capitanes y una reducida tripulación. Una vez abiertas las válvulas, el U19, U20 y U23(5), descendieron al fondo del Mar Negro, mientras los hombres remaban hacia la playa en botes de goma. Esto me recuerda al U1277 en Portugal, un naufragio bastante semejante.

Pero había un problema. Eran tres grupos de hombres que no podían pasar desapercibidos por la población local. Sus ropas, cabellos rubios, ojos azules y su incomprensible idioma alarmaron inmediatamente a los habitantes de la región. Al día siguiente las tres tripulaciones fueron detenidas por las fuerzas de seguridad turcas e internadas hasta finales de 1945 en la localidad de Baysehir, una pequeña ciudad de Anatolia Central. Así, la historia de la 30ª U Flottille, la Flota Perdida de Hitler, fue siendo lentamente olvidada hasta desaparecer de la memoria colectiva.


El transporte por carretera

En Julio de 1994, un buque de la Armada turca que participaba en un ejercicio de rutina, detectó un objeto en el fondo del Mar Negro, una importante masa metálica frente a la ciudad de Karasu. Se enviaron buzos, quienes  informaron de la existencia de un submarino, acostado sobre la banda de babor, sobre la arena. Selçuk Kolay fue llamado entonces para ayudar en la identificación y, sin llegar a bucear el pecio y valiéndose de los informes de los buzos sobre las características del hallazgo, lo reconoció como el U20.

En 2006, 20 años después de haber recibido una llamada telefónica de un abogado llamado Ozkok que le dijo haber escuchado de su padre historias sobre naufragios de submarinos alemanes en la costa turca, tuvo también contacto con una empresa llamada Demo Productions que, junto con la televisión alemana, estaba haciendo un documental sobre este asunto. Concretamente, sobre la vida y aventura de Rudolf Arendt, el Comandante del U23 que, mientras se redactan estas líneas, es Almirante en la reserva de la Bundesmarine, lúcido y sano a sus 86 años. Invitado a participar en el proyecto, Kolay y Arendt se hicieron grandes amigos.

En cuanto al pecio del U19, a pesar de tenerse su localización aproximada a la altura de Zonguldak, no ha sido posible bucearlo todavía, pues está a una profundidad superior a los 350 m.


Llegué a Estambul a finales de la Primaera de 2010. Era mi segunda vez en aquella gran ciudad, un tanto caótica, algo agitada, muy religiosa y totalmente sorprendente. Desde allí, por carretera y en autobús, viajé hasta la ciudad de Adapazari. Crucé por uno de los grandes puentes que atraviesan el Bósforo penetrando en Asia y teniendo la oportunidad de ver a la derecha, por la gran ventana del autobús, la Fortaleza Europa, o como también es conocida, el Castillo Rumeli (Rumeli Hisari), construido en 1452. Una defensa formidable contra los piratas del Mar Negro. ¡Magnifica imagen!

En Adapazari le tocó el turno a la furgoneta y, poco tiempo después, alcancé Karasu, en la costa del Mar Negro. No hay ni 200 km entre Estambul y esta ciudad.

En el vestíbulo del hotel fue donde conocí a Volkan en persona. Estaba acompañado del alegre Mustafá, un marinero que también trabajaba en el centro de buceo. Es un tanto sorprendente para la gente el conocer personalmente a alguien con quien se ha intercambiado tantos mensajes por el teclado del ordenador y que ahora, de repente, está allí delante mio. Es un hombre fuerte, joven, tal vez unos 30 años, un poco más bajo que yo y sin apariencia turca. Volkan avanza y me sujeta por los hombros. Y sin darme tiempo para cualquier reacción, me da dos sonoros besos, uno en cada mejilla. ¡Qué barbaridad! Me quedo estupefacto.

En realidad ellos vinieron a buscarme. Adelantaran el buceo en el U20 un día. Solo tengo tiempo de coger mi mochila con el material de buceo y ya estamos caminando hasta la playa. ¡Vaya!



Allí está una gran zódiac que nos está esperando. El Mar Negro no tiene nada de negro. Había leído en algún lugar que realmente el nombre venía de que las aguas eran oscuras debido a la existencia de determinados minerales allí disueltos. Nada de eso, la arena en realidad tiene una tonalidad un tanto parda, y gruesa, pero el agua es azulada. Igual que el Atlántico o el Mediterráneo. Sin embargo también había visto una foto por satélite de este mar interior, con cerca de 436.000 km2 de superficie y una profundidad media de 1.315 m, presentaba un color azul muy oscuro.

Todos a bordo y zarpamos. Volkan al timón en seguida acelera el enorme motor en la popa del bote y, a toda velocidad, toma un rumbo que se aleja en diagonal de la línea de playa. ¡El barco vuela! Por suerte las olas son pequeñas, pero incluso así es un viaje desagradable. Al poco llegamos al punto del naufragio del Uboot y maniobramos la lancha lentamente. Volkan mira al GPS y yo a la costa. Estamos muy cerca, tal vez poco más de 4 km. En la costa consigo ver perfectamente los edificios de tres o cuatro pisos, característicos de la ciudad. Advierto que estamos en la perpendicular de un gran edificio con techo en forma de media esfera, tal vez una mezquita, y en una línea levemente diagonal que coincide con la torre de un minarete. Continuamos navegando en círculos, mirando el GPS. En proa está Mustafá con el ancla en la mano, listo para lanzarla.

Me quedo pensando. El Oberleutenant zur See Karl Grafen, el Comandante del U20, debió de equivocarse al hundir aquí su buque en este sitio hace 66 años. Está cerca de la playa y a muy poco fondo. ¿Y si los turcos rescatasen el Uboot? No daría mucho trabajo. La profundidad es de apenas 25 m y todo indica que este buceo va a ser facilísimo.

¡Ahora! Mustafá tira un ancla lastrada con pastillas de plomo. Estamos sobre el Uboot. Volkan decide que me ponga otro traje de buceo sobre el mío. Protesto, pero él no cede. El agua allá en el fondo está muy fría. Peor aún, el susodicho traje tiene una capucha que me tendré que poner también. Pieza del traje de buceo que nunca aprecié pues creo que dificulta la sensibilidad.

Coge el traje y le echa por dentro una especie de champú o algo parecido. ¡Es para lubricar! Me visto con alguna dificultad la ropa diabólica y después la mía. Al igual que cuando el buceo en el U854  en Estados Unidos, parezco el muñeco Michelín, pero esta vez es muy incómodo.

Volkan me pasa el cinturón de plomos. Le había dicho que siempre uso nueve kilos, pero ahora dice que tengo que añadir un kilo. El cinturón de lastre turco es siniestro. Las pastillas son tan grandes que parecen lingotes. ¡Madre mía! ¡Eso debe tener unos 16 kilos! Después la botella. Es de aluminio, pero tiene casi el mismo tamaño y forma que una botella de aire de 13 kg. Y para rematar la faena, por estar yo muy nervioso con aquel caótico comienzo, monto el equipo al revés, un fallo estúpido. Mustafá me corrige. Qué vergüenza.

Bien, nos echamos al agua de espaldas. Está helada y nadamos hasta el cabo del ancla. Muevo la corona de mi reloj marcando la hora de inmersión y compruebo los latiguillos, instrumentos e indicadores. Tengo mis guantes puestos y eso dificulta la tarea.


¡Maldita sea!, estoy incomodísimo. La ropa es del todo inadecuada. Parece que es para un enano, pero ahora envuelven a mis 1’84 m y 80 kg. Por encima está mi ropa americana de 5 mm, ésta sí, muy cómoda.

Descendemos juntos. El agua está congelada y me quita el calor del cuerpo. La visibilidad debe rozar los siete metros. No es de las peores, pues estamos cerca de la desembocadura del río Sakarya. Descendemos cada vez más. Respiro mal, mis gafas de buceo meten agua y no estoy bien. Es un desastre, igual que mi primer buceo en el U1277.

Aparecen ahora algunas medusas, muy blancas y graciosas. Contrastan con el color más oscuro del agua. No veo ningún pez, pero el número de medusas parece aumentar, algunas son bien grandes. ¡Dios mío! ¡Estamos atravesando una cortina de medusas! Recuerdo entonces haber leído que especie de medusa, introducida accidentalmente en la zona, se multiplicó rápidamente ocupando el espacio ecológico libre. ¿Serían éstas?

Llegamos al fondo de arena. ¡Nada de Uboot! ¡Ni rastro!. Volkan cree que el U20 estará cerca e inicia una búsqueda nadando paralelo al fondo. Va al frente y le sigo a duras penas. Una catástrofe, no consigo mantener mi flotabilidad y me empieza a entrar frío por la nuca. Por suerte mi compañero está preocupado en encontrar el submarino y no me presta mucha atención. Continúa mi racha de errores y fallos, casi caminado por el fondo, respirando mal y sin conseguir la flotabilidad deseada. Nada de Uboot. Otra vuelta. Miro mi manómetro y veo que he consumido mucho aire. Me muero de vergüenza al enseñarle el manómetro a mi compañero.

Finalmente Volkan, casi tan frustrado como yo, da la señal de subir. No he visto el sumergible, ni siquiera alguna vida marina, solo medusas. Estamos lejos del ancla, así que habrá que ascender sin el cabo guía. Él va delante y yo le sigo. Incluso con varios aleteos apenas salgo del sitio, ¡no consigo subir! ¡Qué barbaridad! Creo que estoy lastrado de más. Inflo un poco el chaleco, con mi corazón latiendo fuerte por los nervios. Ahora sí, parece que gano “altura”, vamos yendo derechos a la luz de la superficie. Pasamos entre las medusas, que se alejan en todas direcciones y, por fin, rompemos la barrera de agua. Estoy mal, no consigo respirar y tengo la sensación de que el chaleco no puede conmigo. Lo inflo más, pero solo consigo aumentar la presión en el tórax.



Lo peor es que la zódiac está lejos. Aviso a Volkan de que no estoy bien, no consigo respirar y, al no tener tubo, uso en superficie los aparatos de buceo. Mi compañero se acerca rápido e intenta calmarme. Me dice que infle más el chaleco. ¡Por Dios!, ¡eso no!, ¡no puedo respirar! Afortunadamente, el fiel Mustafá acerca la lancha a nuestra posición. Y aún me queda toda una odisea para embarcar, pues estoy completamente desfallecido. Soy empujado e izado a bordo.

¡Vaya chasco! ¡Qué tontería! Pero… ¿cómo? Iba a ser el buceo más fácil de mi vida. ¿Será la edad? Qué vergüenza, qué desastre, sólo 25 metros ¡y me pasa todo eso!

Intervalo en superficie, y algún tiempo navegando en círculos por la zona. Cambiamos las botellas para la segunda inmersión, atendemos al GPS y preparamos el ancla para lanzarla. ¡Nada! Volkan cambia las pilas del aparato, tal vez sea eso. Empiezo a impacientarme y pienso que no encontraremos el Uboot. Por suerte el tiempo es bueno, algo nublado, pero el Mar Negro continúa tranquilo.

-¡Ahora estamos sobre él!

Mustafá lanza el ancla como un arpón, directo, así lo espero, a la torreta del U20.

-Vamos allá Néstor (¡los extranjeros siempre llamándome Néstor en vez de Nestor!)

No tengo mucho entusiasmo, pero nos echamos al agua y comenzamos a descender por el cabo. ¡Ahí vienen las medusas! Atravesamos la cortina viva y pronto alcanzamos el fondo. ¡Nada! Fallamos otra vez, no hay submarino, ni conchas, estrellas, erizos, esponjas o peces, ¡nada! Sólo arena con las ondulaciones de las olas.

Todo sucede como en la primera inmersión, una sucesión de errores y decepciones. Realizamos una búsqueda haciendo un gran círculo paralelos al fondo, todo en vano. Después emerger, las malditas medusas otra vez, sufrir para subir a la zódiac y temblar de frío. Ya está, se acabó. Perdimos el día. En la lancha, Volkan y Mustafá parecen no preocuparse mucho por ello, pese a notar que yo estaba totalmente desmoralizado.

Entonces me pide que me saque la ropa que me había prestado y que me torturó. Era un traje de camuflaje para pesca submarina y no fue nada fácil de quitar. Incluso con el tal lubricante, el traje no salía, peor aún, me quedé atascado y sofocado dentro de él. Volkan viene entonces en mi auxilio y consigue quitarme aquella chaqueta del demonio. El neopreno, el champú y el agua del mar han provocado que el traje apeste. Nos reímos mucho.

-Néstor, mañana volveremos. No te preocupes, no va a salir del fondo.



Pese al cansancio de las actividades del día, me costó conciliar el sueño. La ventana de la habitación estaba entreabierta y una fría brisa del Mar Negro penetraba por allí. El mar estaba en calma e iluminado por la luna, rompiendo a menos de 100 metros del hotel. Recordé entonces que hubo otro U20, pero en la I Guerra Mundial. La tarde del 7 de Mayo de 1915, el submarino alemán U20, al mando del Kapitänleutenant Walter Schweiger, patrullando cerca de la costa de Irlanda, disparó su último torpedo contra un blanco enorme. ¡Imposible fallar! Era el Lusitania, un barco de pasajeros de la Cunrad, de 44.060 Ton y 240 m de eslora que, alcanzado por estribor delante del puente de mando, se hundió en 18 minutos. Casi 1.200 pasajeros y tripulantes murieron en el naufragio, entre ellos, 124 ciudadanos americanos. Tal suceso tuvo en la época una enorme repercusión y afectó muy negativamente a la imagen de Alemania, especialmente en la opinión pública americana. Hoy se sabe que el Lusitania transportaba clandestinamente toneladas de armas en una de las bodegas, convirtiéndose en un objetivo válido según las leyes internacionales.

Esperaba ansioso para bucear. El tiempo estaba bien y, poco después de comer, metí mi equipo en una enorme mochila y me senté delante del Hotel Vision. Esperé allí un tiempo.

La ciudad estaba desierta, al igual que mi hotel. Creo que era uno de los pocos huéspedes que había. Me hice amigo de Behçet, una especie de gerente del hotel, muy gentil, que solo hablaba turco. Por mímica entendí que estábamos en temporada baja y que Karasu recibe muchos visitantes en la alta, del 1 de Junio al 31 de Agosto.

Bien, paciencia. Volkan, Mustafá y Emre no aparecieron hasta las 17:00. Por fortuna los días eran largos pero, mi paciencia, muy corta. ¡Será posible!

Nos metimos en el coche y fuimos derechos al puerto de la desembocadura del río Sakarya. También había intercambiado mails con Emre y fue muy cordial al conocernos personalmente. Un tío fuerte, de rostro redondo, unos 30 años, hablaba inglés y, a diferencia de Volkan, con rasgos turcos. Cargamos la zódiac y, a la velocidad acostumbrada, botando entre las olas, zarpamos hacia la zona del naufragio del U20. Esta vez sería distinto.



Al llegar al área del hundimiento, volvemos a navegar en círculos mirando las indicaciones del GPS. Una vez confirmada la posición, se lanzó el ancla y comenzamos a equiparnos. Querían que me pusiese el dichoso traje de pesca por debajo del mío de siempre. Ni pensarlo, voy sólo con el mío.

Erme se enfada. Insiste en el peligro del agua helada y no quiere que bucee así. Me niego rotundamente, esta vez es decido yo. Nada de capucha o ropa apretada. Visto mi traje de 5 mm, de una sola pieza. Es un Henderson americano de excelente calidad, muy suave y casi una segunda piel. Esta vez son mis amigos quienes descienden primero para localizar el U20. Me quedo esperando en el barco con Mustafá. Podemos ver las boyas que suben del fondo y, luego, como se mueve el cabo del ancla. Encontraron el Uboot y llevan el ancla hasta el pecio.

Al poco, ya en superficie, gritan y se ríen por haber localizado, al fin, el submarino.

-¡Nestor!, ¡está aquí abajo! Eheeeeeee, ¡vamos allá!, ¡el agua está helada!

Como focas gordas que quieren comer una sardina, suben a la lancha con gran agilidad, para cambiar las botellas. ¡Qué envidia!

-Nestor, ¡no vas a aguantar el frío con esa ropa tuya!

Repito que pienso ir así, esta vez nada me va a apretar. Además, ya buceé en aguas muy frías cuando exploré el U1277, U171 y U854. En este último, allá en el fondo, me enfrenté a 8º C. Y otra cosa, un apunte, el frío es… es… es… hummmmmm… psicológico. ¡Cosas de la vida!

Entramos en el agua azul del Mar Negro, de espaldas, una maniobra perfecta. ¡Dios mío! En solo un segundo mi coraje desparece con el cortante frío. ¡Y vaya frío! Pero ahora no hay marcha atrás y nadamos hacia el cabo del ancla.


Marco la hora, compruebo indicadores y aparatos e iniciamos el descenso. El cabo del fondeo es un poco fino y, a pesar de los guantes, lastima las manos. Bien, allá están las medusas esperándonos y, para atravesar aquel velo ondulante, tomo algunas precauciones pues ahora mi cabeza está expuesta. El frío aumenta a medida que nos acercamos al fondo. ¡Allí está el U20! Consigo ver la popa, tenemos una visibilidad de unos ocho metros. El frío corta la cara. Siento un dolor casi insoportable en el rostro y las orejas, mientras mi cuerpo tiembla. Si embargo, respiro bien y consigo controlar mi flotabilidad. Por experiencias anteriores sé que si puedo aguantar el dolor unos siete minutos, irá disminuyendo.

¡Emocionante imagen del Uboot! Estoy encantado. El casco está apoyado en la arena, por la banda de babor, con un ángulo de 30º. Consigo distinguir una de las dos hélices, que aflora del fondo, y los detalles del casco. La madera de la cubierta ya no existe pero, por los espacios abiertos, se puede ver infinidad de vigas, conductos, tubos y válvulas. Justo delante de mí aparece una pequeña chimenea con una válvula en su extremo. La junta de goma aún está allí. Volkan y Emre nadan juntos, un poco a mi retaguardia, y en seguida alcanzamos la torreta. Es pequeña y la escotilla está abierta, se aprecian las llaves redondas, resortes y cerraduras en perfecto estado. Tal y como la dejó hace 66 años el último tripulante que abandonó el submarino. El interior de la torreta está lleno de arena. No es posible internarse. Echando un vistazo al fondo observo el soporte del cañón automático de 20 mm, pero el arma no está allí. Parece ser que la tripulación lo lanzó al mar antes de que el Uboot llegara a la zona. Hay redes por todas partes. Redes nuevas, redes viejas, redes podridas y restos de peces atrapados en ellas. La antena FPR (Funkpeilrahmen-DF-Loop) está en su sitio, perfecta, con una leve capa de concreciones marinas. Recuerdo que este mismo tipo de antena redonda fue robada por unos buzos de la torreta del U701, hundido en el Atlántico a la altura del cabo Hatteras, costa Este americana. Una pena. Después es el periscopio lo que centra mi atención. No es el de ataque, si no el de observación, con la cabeza redondeada. La lente aún brilla entre mis manos. Está enterita.

A mi lado, Volkan descubre una pieza con forma redonda y comienza a hacerla girar, levantando una nube de herrumbre y limo.



Navego por el casco y también con mi mente. ¡Qué historia!

El U20 fue comisionado en la Kriegsmarine el 1 de Febrero de 1936 y realizó 16 patrullas de guerra, desde el primer día de la II Guerra Mundial hasta su intencionado hundimiento el 10 de Septiembre de 1944, sumando un total de 310 días de permanencia en el mar. Poco antes de su épico traspaso a la 30ª U Flottille del Mar Negro, pasó un corto período como buque-escuela, formando a nuevas tripulaciones en el Mar Báltico.

Usando torpedos, minas, cañón y cargas de demolición, hundió 17 buques, con un total de 37.808 Ton. De este significativo número, siete embarcaciones eran soviéticas.

Hummm, el dolor en orejas y cara ha disminuido a un nivel soportable, tal y como yo había previsto. Consulto mis indicadores: el consumo de aire está bajo, el profundímetro marca 25 m en la unión del casco con la arena del fondo y la temperatura es de 9º C. Siento un frío mortal en el cuerpo, un temblor continuo, sobre todo en la nuca y las manos me arden. Esta inmersión es para un traje de tipo “seco”.

Recuerdo que en la torreta estaban los emblemas del submarino, que fueran pintados por la tripulación. Uno de ellos era la figura de un duende llevando bajo el brazo izquierdo un ganso de cuello largo. Otro era la imagen de un cocodrilo con un paraguas en la boca. También estaban los cinco aros olímpicos, un diseño que significa que el Comandante se había formado en la promoción de 1936, año de la Olimpiada de Berlín, en la Marinenachrichtenschule de Mürwik, la Escuela de Submarinista. El paso del tiempo los ha borrado.


Consigo nadar hasta la proa con cierta facilidad, continuo respirando con normalidad, vacío sin problema el agua de las gafas y controlo bien mi flotabilidad. La única pega el frío que me tortura y que provoca que ahora no pueda sentir los pies, pese a estar protegidos con los botines y las aletas. Busco en la proa vestigios del cortarredes aserrado, seguro que no lo encontraré, pues fue retirado de las Canoas entre finales de 1941 y principios de 1942. La proa es fina, diferente de los Tipo VII, pues tiene unos “bultos” en los costados. Ahora veo un tubo lanzatorpedos, solo se ve uno. El otro, el inferior, debe de estar cubierto por la arena. La compuerta externa pequeña y redondeada, parecida a un huevo, difiere también de las grandes escotillas rectangulares de los Tipo VII y IX. Volkan señala la escotilla y, con mímica, me explica que por ahí salía un torpedo. Sí amigo mío, claro que lo sé, por ahí pasaban torpedos y minas que mandaban al fondo o averiaban diversos buques. Delante de la compuerta “huevo” hay una sucesión de aberturas en el casco. En cada una aparece la cabeza de un pececito.

Volvemos a la torreta con cuidado de no quedar enganchado en las redes. ¡Y vaya si tiene redes! El Uboot continúa causando daños, ahora destruyendo las redes de los pescadores. Detrás de la torreta descubro que, en la cubierta, hay dos pequeñas escotillas redondas, como si fuesen los cierres de dos compartimentos estancos, quizá para la munición de 20 mm y así tenerla a mano, o para botes de goma. Están perfectas.

La vida marina es escasa, solamente pequeños peces que habitan en las innumerables aberturas del casco. No veo estrellas de mar, erizos, pulpo o algún tipo de concha. A diferencia del U854, que está considerado como tumba de guerra ya que su tripulación pereció toda a bordo, el U20 fue abandonado por los marineros sin muertos ni heridos.


Recuerdo que cuando buceé el U171, hundido por una mina cerca de Lorient, encontré entre los restos un fémur humano.

Parece que ahora el frío está aumentando y siento que estoy perdiendo mucho calor por la cabeza y axilas. Las puntas de las orejas me arden. Mientras tanto el consumo de aire está normal y nos acercamos a los 25 minutos de tiempo de fondo, pero tengo la aguja del termómetro está rozando los 8º C. ¡Doy fé de ello!



Mis compañeros están preocupados por mí. Comprueban el manómetro, el tiempo de fondo y, a cada momento, me preguntan si estoy bien. Volkan decide entonces que ascendamos. Incluso temblando de frío estoy exultante, inmensamente feliz por nuestra inmersión. Encantado por toda aquella aventura. Emergemos lentamente y pronto aparecen nuestras viejas amigas, las medusas, pero ahora en menor número. Parece que acabamos con la paciencia de estas guardianas del Uboot al atravesar tantas veces su formación. A pocos metros de la superficie hacemos una parada de seguridad, por la descompresión, de unos tres minutos.

Le paso a Mustafá el cinturón de plomos, luego el conjunto del chaleco y la botella y subo a bordo. Estamos todos con una alegre excitación por el objetivo conseguido. Hablamos mucho sobre los detalles de la inmersión y entonces, el fiel Mustafá, saca de dentro de una bolsa térmica, cuatro latas de helada cerveza turca. No podía haber mejor final y pronto estamos brindando por el U20 y la Ubootwaffe. Empiezo a temblar sin parar, sin control, con la preciada cerveza saliéndose de la lata. Por suerte hace sol, el mar está tranquilo y en unos minutos parece que el cuerpo empieza a recuperar el calor perdido en las gélidas aguas. ¡Más cerveza! ¡Vamos! En ese momento lanzo un grito de guerra:

-¡Galipoliiiiiiiiiiiiiiiiii!

¡La he liado parda! Debe de ser una palabra mágica para ellos, pues los turcos se entusiasman y gritan también. Nos reímos mucho. Poco después volvemos a nuestro muelle, en la boca del río Sakarya. Era de noche cuando nos despedimos en el vestíbulo del hotel. Mustafá me entrega una bandera turca como presente, roja, con la estrella y la luna creciente. ¡Precioso recuerdo!

Un hecho interesante: Al otro día, caminando desde la playa hasta la desembocadura del Sakarya, encontré cuatro búnkers de hormigón, muy antiguos pero bien conservados. Una pescadora que hablaba inglés, al ver luego mis fotos, me dijo que tales fortificaciones habían sido construidas en 1916, formando parte de un sistema defensivo en previsión de una invasión rusa. ¿Será cierto?

¿Y el U23? Sí, también reposa en el fondo del Mar Negro, en las proximidades de Agva y ahora es el objetivo principal de la búsqueda de Selçuk Kolay. Pronto tendremos noticias de él.


Nestor, Emre y Volkan en el puerto del rio Sakarya

Notas:

  1. Conocida como Convención de Montreaux sobre el Régimen de los Estrechos, era en realidad un tratado de 1936 que confería a Turquía el control de los estrechos del Bósforo y Dardanelos y que regulaba toda la actividad militar de la región. El acuerdo permitió a Turquía, remilitarizar los estrechos e imponer nuevas restricciones al paso de buques militares.
  2. El U9 fue mandado en algunas de sus 19 patrullas por el célebre Oberleutenant Wolfgang Lüth. En la madrugada del 9 de Mayo de 1940, Lüth persiguió y torpedeó al submarino francés Doris, mayor y más moderno que el U9. El Doris, alcanzado por un torpedo G7a, explotó en una bola de fuego. No hubo supervivientes.
  3. En una colisión accidental en la bahía de Lübeck en 1936, el U18 se fue a pique con la pérdida de ocho hombres. Rescatado del fondo del mar, volvió al servicio al año siguiente. Hundido nuevamente en Constanza por su propia tripulación, fue reflotado por los soviéticos a finales de 1944. En 1947 fue definitivamente hundido, junto a su gemelo el U24, cerca de Sebastopool
  4. En Noviembre de 1942 el U24, patrullando cerca de una playa, fue el objetivo de la artillería costera turca, siendo centrado por tres granadas. Se alejó rápidamente del lugar sin haber sido alcanzado.
  5. Otto Krestchmer, el mayor as del tonelaje en la Segunda Guerra Mundial, mandó el U23 desde el 1 de Octubre de 1937 hasta el 1 de Abril de 1940, obteniendo durante este periodo la cifra de ocho barcos hundidos. Uno de ellos fue el destructor HMS Daring de 1.375 Ton

Nota:

Para ampliar el tema os recomendamos visitar la ficha e historial completo del U20 y el artículo dedicado a los Uboote en el Mar Negro.


  • Artículo realizado por Nestor Antunes de Magalhães.
  • Fotos: Nestor Antunes de Magalhães y Selçuk Kolay.
  • Traducción realizada por Yago Abilleira Crespo

Nestor Antunes de Magalhães es miembro del grupo BdU - Brazilians discovering Unterseeboote -, un grupo especializado en el estudio de los uboot alemanes que operaron en la costa brasileña durante la Segunda Guerra Mundial, colaborando y facilitando información para poder bucear a los uboot naufragados.
Para más información: http://u-boats.sites.uol.com.br

Agradecimiento:

Desde U-Historia queremos agradecer a Nestor Magalhães la posibilidad de publicar sus artículos y disfrutar de sus experiencias.

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